mitos lengua de signos

DESMENTIMOS mitos sobre las LENGUAS DE SIGNOS ESPAÑOLAS

No son una verdadera lengua, son un código o mímica: FALSO.

Desde la publicación de la Ley 27/2007 las lenguas de signos española (LSE) y catalana (LSC) son reconocidas como lenguas cooficiales del Estado Español, característica que comparten con el gallego, el catalán, el euskera o el aranés. Su reconocimiento se debe a que, al igual que las lenguas orales, las lenguas de signos cumplen todas las necesidades de expresión y comprensión que puede tener una persona, ya sea sorda u oyente. Es decir, con ellas se pueden tratar todos los temas de conversación, incluso aquellos más abstractos y complejos, como las emociones o la economía.

Solo existe una lengua de signos en todo el mundo: FALSO.

Cada país, incluso diferentes regiones dentro del mismo país, tienen lenguas de signos diferentes. De hecho, este es el caso de España, en la que no solo existe la LSE, sino que también la LSC.

Las lenguas de signos son una traducción de las lenguas orales: FALSO.

Las lenguas de signos del mundo no se corresponden a la lengua oral del territorio, ya que es la propia Comunidad Sorda la que crea de forma natural y espontánea sus propias lenguas a lo largo de la historia, al margen de los oyentes, tal y como surgieron las lenguas orales. Por eso, en el Reino Unido la lengua de signos oficial es la lengua de signos británica (BSL), en Estados Unidos la lengua de signos americana (ASL) y en Australia lo es la lengua de signos australiana (AUSLAN). Ninguna de ellas son la misma lengua, a pesar de que la lengua oficial oral de estos países sea el inglés.

Las lenguas de signos no son importantes: FALSO.

Conociendo la importancia del acceso al lenguaje desde los primeros años de vida y sabiendo que las lenguas de signos son las únicas que un niño puede comprender y expresar desde su nacimiento, es innegable la importancia que tienen para un niño con sordera. Además, debemos tener en cuenta que, a pesar de las posibles ayudas técnicas para la audición, como audífonos o implantes cocleares, una persona sorda lo seguirá siendo el resto de su vida, ya que son muchas las ocasiones en las que existan barreras que impidan la audición y dificulten la comunicación (pérdida o deterioro de prótesis, agotamiento de pilas, excesivo ruido ambiental, entre otros).

Las lenguas de signos obstaculizan el aprendizaje de las lenguas orales: FALSO.

Existen numerosos artículos que defienden el bilingüismo entre lenguas de signos y lenguas orales, ya que las primeras facilitan el aprendizaje de las segundas. Esto se debe a que, para un bebé que nace con un déficit auditivo, la adquisición de una lengua de signos desde edades tempranas impulsa su desarrollo en el área del lenguaje, del pensamiento y en el área socio afectiva, siendo estos pasos clave para el aprendizaje de posteriores contenidos, como una lengua oral. Recordemos que, a diferencia de los niños oyentes, aquellos con déficits auditivos tendrán problemas para adquirir de forma natural y espontánea una lengua oral. Por ello, la enseñanza de esta última debe ser institucionalizada.

No existen muchas personas que necesiten utilizar las lenguas de signos: FALSO.

En España existen más de 1000000 de personas sordas, aunque no todas son usuarias de la LSE o de la LSC. A menudo, estas faltas de dominancia en las lenguas de signos suponen, para las personas con sordera, tanto niños como adultos, barreras para la comunicación con su entorno, lo que deriva en alteraciones del lenguaje, de la cognición y del área socio afectiva.

Las personas sordas que utilizan las lenguas de signos están aisladas: FALSO.

A pesar de que la situación ideal supondría que toda la población, tanto sorda como oyente, fuese bilingüe para lenguas de signos y lenguas orales, sabemos que, por el momento, esto no es así. Por eso, existe un perfil profesional que supone un puente de comunicación cuando nos encontramos con barreras lingüísticas: el intérprete de lenguas de signos. Este se encarga de interpretar de una lengua a otra en contextos de la vida cotidiana, como la gestión en un banco o las reuniones con la profesora, y también en aquellos más institucionales, como durante los discursos en los parlamentos.